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Crónica Procesión Santa Cruz 2017

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Aquella noche, todos nos fuimos a dormir con esa bonita sensación, tener ganas de cerrar los ojos, para poder amanecer en el día que tanto tiempo llevábamos esperando. El sol se levanta el primero, y con él, el nuevo día comienza con la tranquilidad que amansa las primeras horas de la mañana, la calma de un nuevo día, que para todos nosotros, tanto significa. Los nervios hacen que los más impacientes salten los primeros de la cama, ahora eso sí, todos con una gran sonrisa. Tras el café y una buena ducha, rumbo  al cocherón. Los abrazos y  el olor de los claveles antes de ser colocados, marcan un final y un principio. Son los últimos pasos de tantos que los precedieron con trabajo y esfuerzo, para que todo salga según lo previsto. Es temprano y se empiezan a pinchar los primeros claveles, dando por iniciado un día largo y agotador, con la paradoja, de su efímera marcha, pero que se queda con nosotros para siempre. En tal día, como antes he dicho, repleto de nervios, no podían faltar los pequeños detalles insignificativos, pero que en esa ocasión se hacen un mundo. La mañana era larga y pese a tener el paso casi montado para ese día no tener que hacer mucho, nunca faltaban cosas por hacer. La ilusión y los nervios iban aumentando con el paso de las horas, las ganas de que llegaran las 19h de la tarde aumentaban con ellas.

Como todos los años, llega el momento en el que el cuerpo de capataces se dan una vuelta por el recorrido para terminar de ver los pequeños obstáculos imprevistos que se puedan encontrar al paso por las calles del barrio de la Santa Cruz. Los nervios disminuyeron entonces un poco, al encontrarnos con la gran sorpresa de que los dos obstáculos más difíciles del recorrido, habían desaparecido, al ver que en la calle Alvar Rodríguez ya no estaba aquel temido cable, y que en la calle Velasco, aquel pivote que años atrás causaba quebraderos de cabeza, este año, justo este año, se podía quitar.

Se acercaba la hora de comer, y el trabajo aún no faltaba, ya sí que era la hora de terminar, de culminar por última vez todos los detalles que quedaban para que el paso estuviese espléndido, y no solo el paso, también el guión y todos los requisitos para que la procesión saliese a pedir de boca. Por fin terminábamos, con una satisfacción ya tan grande dentro, por el trabajo tan bien hecho que habíamos realizado, así como el empeño y dedicación que le habíamos prestado, con eso llegaba la hora de irse a casa, a intentar descansar un poco, comer a pesar de la angustia provocada por los nervios y a prepararse para una tarde llena de sueños e ilusión.

Y daban las 17h en el reloj, el momento ya se acercaba, hora en la que estaban citados los niños, esos costaleros jóvenes e inexpertos, pero llenos de ilusión, nervios y talento. Tras haberlos “igualado” , repartido y explicado el trabajo, y dado una última y pequeña charla sobre las normas y comportamiento esperado, nos adentramos en la capilla para unirnos en una oración conjunta con nuestro Padre, el Cristo de Gracia, por el cual ofrecíamos la estación de penitencia de aquella tarde. Y tras ese pequeño rato de oración y después de haber motivado a nuestros chicos por última vez antes de la salida, damos paso al patio del colegio donde los costaleros empiezan a hacerse la ropa y a prepararse para su momento.

Durante todo el día no dejan de presentarse esos pequeños e insignificantes detalles, pero también cabe decir que en ningún momento nos dimos el lujo de quedarnos bloqueados y pudimos dar solución y salir a delante de cada obstáculo que se nos presentó.

Y con esto, llega la gran hora esperada en aquella tarde del 30 de Septiembre, dan las 19h, la banda ya ha llegado y está formada junto a nosotros, con las puertas del cocherón abiertas tímidamente, ya se ve desfilar a los primeros componentes del cortejo, los nervios ya eran reales, el momento había llegado y era hora de demostrar todo el empeño y cariño así como todo lo trabajado  para este gran día. Se abren las puertas, el paso se levanta y comienza a andar, y suena el “Himno Nacional”.

Tras haber recorrido las primeras calles del itinerario las sensaciones son muy buenas, los nervios van cesando, las cosas estaban saliendo como tenían que salir, estaba yendo todo a pedir de boca.

Una vez adentrados en la calle Velasco y tras haber superado los pequeños obstáculos que esta calle presentaba, nos surge un problema con el que nadie contaba, que nadie se imaginaría en ese momento, la Policía comienza a desviar al cortejo por una calle que no estaba prevista en nuestro itinerario. No era momento para perder los nervios, aunque más de uno, como es un servidor, los perdiera un poco, menos mal que tenía a mi derecha a mi “pepito grillo”, que supo en todo momento centrarme, era momento de templar los nervios, concentrarse y superar todos y cada uno de los obstáculos que se nos presentasen a partir de ahora.

Tras superar con creces los obstáculos que se nos presentaron, gracias al trabajo realizado por costaleros y capataces, pero sobre todo gracias a la Junta Directiva que supieron calmarnos y encontrar una solución rápida y eficaz en el momento. Superado esto, llegaba la hora de volver a casa, el peligro había pasado, era momento de disfrutar ya que a pesar de los imprevistos la procesión iba espléndida.

En esta vuelta nos íbamos a encontrar con una marea de gente llena de expectación  alrededor del paso, por las calles Jesús del Calvario y Frailes. Esta vuelta también traía consigo momentos llenos de alegría y ternura, momentos como las “levantás” dedicadas, momentos en los que la banda está tocando una bella armonía en la que se funde el meneo del paso, momentos en los que los costaleros no lo quieren entrar y hacen de una calle Frailes, con gran elegancia, una calle eterna, momentos en los que la alegría y el gozo invaden totalmente tu cuerpo.

Y sin más dilación llegábamos a la plaza, una plaza abarrotada de gente, una plaza digna de Jueves Santo vacilaba la gente tras la procesión, una plaza llena de ilusión, sueños y emociones. El paso apenas andaba, no queríamos encerrarnos, todavía podíamos apurar unos minutillos, y vaya si lo hicimos, entonces y con una melodía dulce, suena el “Himno al Cristo de Gracia”.  Es indescriptible lo que puede llegar a sentir uno dentro del cuerpo en ese momento, básicamente, creo que es imposible describir bien ese momento. Y con esto, tras presentarle el paso al pueblo, tras oír la última marcha en una “chicotá” eterna, el paso entra en el cocherón y ahí concluye nuestra procesión y nuestro gran 30 de Septiembre de 2017.

 

Enhorabuena a todos y cada uno de los jóvenes y no tan jóvenes de esta Cofradía por hacer posible lo vivido el pasado sábado 30 de Septiembre.

 

Gonzalo Linares Martínez.